No. 20, marzo de 2012
La paz no es solamente la ausencia de la guerra
Jesús Gualdrón
El 20 de febrero de 2002 se dan por terminados los diálogos que -en medio de grandes contradicciones y vicisitudes- habían tenido lugar en el Caguán desde comienzos de enero de 1999 y que vistos de manera estricta no constituyen, en realidad, una negociación, en tanto las partes no lograron construir una agenda que permitiera su avance en dirección a la solución de los grandes problemas estructurales que subyacen a la existencia del conflicto. Por el contrario, los asuntos trascendentales, tales como los relativos a la solución política del conflicto, la soberanía nacional, la ampliación de la democracia participativa en detrimento del clientelismo, el respeto y práctica consecuente de los derechos humanos y de los derechos de la oposición política y la movilización popular, el desmonte y castigo del paramilitarismo, el modelo económico, la reforma agraria, los recursos naturales, etc., no fueron considerados por el Gobierno como puntos que pudieran hacer parte de una agenda de negociación con la insurgencia: “Para el Gobierno nada de lo sustancial es negociable” (Entrevista con Manuel Marulanda, Voz, mayo de 2000).
Los dignatarios del gobierno de Pastrana -y él mismo- reconocen la improvisación con que llegaron a la mesa de diálogo y la existencia de una agenda paralela que el entonces negociador, Fabio Valencia, define en los siguientes términos: “Así la guerrilla, de alguna manera, se estuviera fortaleciendo, el Estado también tuvo más tiempo para reestructurar las Fuerzas Militares, dotarlas con armamento más sofisticado y darle moral en el combate. El Presidente Pastrana, muy hábilmente, a medida que eso se fue prolongando, le dio un gran impulso al Plan Colombia y un gran fortalecimiento de las Fuerzas Militares” (El Colombiano, 02/03/2012, edición digital). Por tanto, no puede aceptarse simplemente la interpretación unilateral según la cual fueron las FARC las que se aprovecharon de la coyuntura para su propio fortalecimiento. Al terminar ese periodo, el régimen había logrado no solamente los propósitos antes enunciados, sino la deslegitimación internacional de la insurgencia armada, su caracterización como grupo terrorista y la generación de un ambiente político interno favorable al escenario de los gobiernos liberticidas de Uribe Vélez que vinieron a continuación.
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